La muerte de Gene Hackman, el icónico actor de Hollywood fallecido a los 95 años el pasado 26 de febrero de 2025 junto a su esposa Betsy Arakawa en su casa de Santa Fe, Nuevo México, ha dado un nuevo vuelco con revelaciones que apuntan a un factor inesperado en su declive.

Aunque las autopsias confirmaron que Hackman murió de un fallo cardíaco una semana después de que Arakawa sucumbiera al hantavirus, un detalle sobre su estilo de vida reservado ha emergido como un posible catalizador que aceleró su deterioro cognitivo, relacionado con el Alzheimer avanzado que padecía.
Este giro plantea nuevas preguntas sobre cómo vivió sus últimos años el ganador de dos premios Oscar y por qué su salud se desplomó tan rápidamente tras la pérdida de su compañera.
Hackman y Arakawa, quienes llevaban más de tres décadas juntos, habían elegido una existencia apartada en una urbanización cerrada de Santa Fe, lejos del bullicio de Hollywood que el actor abandonó tras su retiro en 2004. Según vecinos entrevistados tras el hallazgo de los cuerpos, la pareja mantenía un contacto mínimo con el entorno. James Everett, residente cercano desde hacía cinco años, comentó: “Ellos tienen una puerta, y nosotros tenemos una, y simplemente nunca nos hemos visto”. Esta discreción, aunque respetada, podría haber tenido un costo silencioso.
El Dr. Tim Beanland, director de investigación de la Sociedad de Alzheimer, explicó a The Mirror que “el aislamiento social está vinculado a un mayor riesgo de demencia y a un empeoramiento más rápido de la enfermedad, porque la persona no recibe estímulos”. Para Hackman, este hábito de reclusión pudo haber sido un arma de doble filo.
La ciencia respalda esta teoría. Estudios como los publicados en Journal of Alzheimer’s Disease (2023) muestran que la falta de interacción social reduce la estimulación cerebral, acelerando el deterioro cognitivo en un 20-30% en pacientes con Alzheimer. Durante la pandemia, el confinamiento evidenció este efecto: personas con demencia que dejaron de recibir visitas experimentaron un declive más pronunciado, según Beanland.
En el caso de Hackman, su Alzheimer avanzado lo habría dejado vulnerable tras la muerte de Arakawa el 11 de febrero, estimada por las autoridades. Solo en casa durante siete días, con un marcapasos que registró su último latido el 17 de febrero, el actor no habría notado el fallecimiento de su esposa, quien era su única cuidadora. Este aislamiento, combinado con su condición, pudo haber precipitado su colapso físico y mental.
Los detalles forenses refuerzan esta narrativa sombría. Hackman fue encontrado en el mudroom de su hogar, vestido con un chándal y pantuflas, junto a un bastón y gafas de sol, señales de su fragilidad. Sin comida en el estómago ni signos de deshidratación, es probable que no se alimentara en días, incapaz de valerse por sí mismo tras la pérdida de Arakawa. Ella, hallada en un baño cerca de un calentador y un frasco de pastillas esparcidas, sucumbió al hantavirus, una enfermedad rara transmitida por roedores que la investigación vincula a su entorno rural.
Mientras tanto, dos de sus perros, Bear y Nikita, sobrevivieron vagando por la propiedad, y un tercero, Zinna, murió posiblemente por inanición. La escena pinta un cuadro de soledad y abandono que contrasta con la imagen de fortaleza que Hackman proyectó en películas como Contacto en Francia y Los imperdonables.
Este giro en la historia de su muerte no solo conmueve por su tragedia, sino que resalta una advertencia sobre la salud cerebral en la vejez. Expertos como Beanland subrayan que la interacción social y la actividad mental son tan vitales como la dieta o el ejercicio. Hackman, conocido por su pasión por escribir novelas en solitario tras retirarse, pudo haber encontrado consuelo en esa privacidad, pero a un costo que ahora se vislumbra.
Amigos como Doug Lanham habían notado su declive: en 2020, lo vieron frágil en su 90 cumpleaños, cuidado minuciosamente por Arakawa, quien controlaba hasta su alimentación con una dieta estricta. Sin ella, el aislamiento se convirtió en su enemigo invisible.
La investigación sigue abierta, con resultados toxicológicos pendientes que podrían aclarar más detalles. Sin embargo, este hábito de reclusión ya ha cambiado la perspectiva sobre los últimos días de Hackman.
Lejos de las luces de Hollywood, su vida reservada pudo haber sido un refugio, pero también un acelerador de su deterioro. Mientras sus perros guiaron a los socorristas hasta su cuerpo, su caso deja una lección clara: la soledad, incluso elegida, puede ser un riesgo silencioso que ningún Oscar puede contrarrestar. Para quienes lo admiraron, queda el eco de su legado y la reflexión de que, a veces, abrir la puerta al mundo es tan importante como cerrarla para protegerse.