Lavar el pollo crudo antes de cocinarlo es una práctica común en muchas cocinas. Sin embargo, esta acción, que podría parecer un paso necesario para eliminar suciedad o bacterias, puede tener efectos perjudiciales para tu salud y la seguridad alimentaria en general. Entender los riesgos asociados con esta práctica es fundamental para prevenir enfermedades y garantizar una cocina segura.

Cuando lavas el pollo bajo el grifo, las bacterias presentes en su superficie, como la Salmonella y el Campylobacter, pueden propagarse fácilmente a través de las salpicaduras de agua. Estas bacterias son responsables de infecciones gastrointestinales graves y pueden sobrevivir en superficies como encimeras, utensilios de cocina e incluso en tus manos si no se toman las medidas de higiene adecuadas.
Estudios han demostrado que estas salpicaduras pueden alcanzar hasta un metro de distancia del fregadero, contaminando zonas que luego podrían entrar en contacto con alimentos listos para consumir.
Uno de los mitos más comunes es que lavar el pollo elimina las bacterias. En realidad, el agua corriente no es suficiente para matar microorganismos peligrosos. El calor del cocinado es la única forma eficaz de eliminarlos. Cocinar el pollo a una temperatura interna de al menos 74 °C (165 °F) garantiza que cualquier bacteria presente sea destruida, haciéndolo seguro para el consumo.
Además del riesgo de contaminación cruzada, lavar el pollo puede aumentar la posibilidad de transmitir bacterias a las manos, esponjas o trapos de cocina. Si estos no se desinfectan adecuadamente, podrían convertirse en fuentes continuas de contaminación, afectando otros alimentos o superficies. Esto es especialmente peligroso para personas con sistemas inmunológicos debilitados, como niños pequeños, ancianos o mujeres embarazadas, quienes son más susceptibles a infecciones graves.
Para evitar estos riesgos, la clave está en manejar el pollo crudo de manera adecuada. Primero, evita lavar el pollo bajo el grifo. En su lugar, séquelo suavemente con papel de cocina si es necesario, y deséchalo inmediatamente. Lava tus manos con agua y jabón durante al menos 20 segundos después de manipularlo, y desinfecta todas las superficies que hayan estado en contacto con el pollo crudo. Utiliza tablas de cortar separadas para carnes y otros alimentos, y limpia utensilios y tablas con agua caliente y jabón después de usarlos.
Otro aspecto importante es almacenar el pollo crudo correctamente. Mantenlo en un recipiente sellado en el refrigerador para evitar que sus jugos entren en contacto con otros alimentos. Además, consérvese a una temperatura inferior a 4 °C (40 °F) y consúmelo dentro de los dos días posteriores a su compra o congélelo si no lo vas a usar de inmediato.
La educación sobre la seguridad alimentaria también juega un papel crucial. Muchas personas continúan lavando el pollo por tradición o por desconocimiento de los riesgos que implica. Campañas informativas y recursos educativos pueden ayudar a cambiar estos hábitos y a reducir la incidencia de enfermedades transmitidas por alimentos.
En conclusión, lavar el pollo antes de prepararlo no solo es innecesario, sino que también representa un riesgo significativo para la salud. Adoptar buenas prácticas de manipulación y cocción es esencial para disfrutar de este alimento de manera segura. Recuerda, la prevención comienza en la cocina, y cada paso cuenta para proteger tu salud y la de tu familia.