Cómo la infidelidad marca profundamente a las parejas que deciden seguir juntas

La infidelidad no es solo un acto; es una grieta que atraviesa el núcleo de una relación, dejando escombros que no siempre se ven a simple vista. Cuando una pareja elige quedarse unida tras esa traición, el camino no es un regreso a lo que fue, sino una reconstrucción sobre terreno tembloroso.

Desde el punto de vista psicológico, las secuelas son profundas, complejas y duraderas, afectando la confianza, la autoestima, las dinámicas emocionales y hasta la identidad de ambos.

Este análisis, basado en investigaciones recientes, explora las heridas que deja la infidelidad en las parejas que permanecen juntas, mostrando cómo el amor, el dolor y la resiliencia se entrelazan en un proceso que no todos comprenden.

La confianza rota: un cimiento que nunca vuelve a ser el mismo

La confianza es el pilar de toda relación, y la infidelidad lo hace añicos. “Una vez quebrada, la confianza se reconstruye con fisuras”, dice la psicóloga Esther Perel, autora de State of Affairs. Estudios del Journal of Marital and Family Therapy (2024) muestran que el 85% de las parejas que enfrentan infidelidad reportan desconfianza persistente, incluso años después. El traicionado vive en alerta: revisa teléfonos, analiza palabras, espera la próxima traición.

Esta hipervigilancia, según el Journal of Traumatic Stress (2023), imita el trastorno de estrés postraumático (TEPT), con síntomas como ansiedad, flashbacks del engaño y pesadillas. Para el infiel, la culpa o la defensiva agravan el abismo: no pueden probar su lealtad eternamente, y el desgaste mutuo crea un ciclo de tensión.

La autoestima herida: un espejo que se quiebra

Para quien es traicionado, la infidelidad golpea el núcleo de su valor propio. “Te preguntas qué te faltó para que buscaran a otro”, explica la Dra. Shirley Glass, pionera en estudios sobre infidelidad. Un análisis de Personality and Social Psychology Review (2024) encontró que el 70% de las víctimas reportan baja autoestima tras el engaño, con pensamientos como “no fui suficiente” o “algo en mí falló”.

Este daño no se borra fácil: la comparación con la tercera persona—real o imaginada—se convierte en una sombra que distorsiona la percepción de uno mismo. El infiel, por su parte, puede oscilar entre arrogancia (justificando su acto) y autodesprecio, un vaivén que complica la reconciliación.

La intimidad emocional: un puente que se tambalea

La conexión profunda que define a una pareja sufre un cortocircuito tras la infidelidad. “El traicionado se cierra para no volver a ser vulnerable”, señala Perel. Un estudio de Couple and Family Psychology (2023) indica que el 60% de estas parejas experimentan una caída drástica en la intimidad emocional, reemplazada por silencios incómodos o charlas superficiales.

Abrirse duele cuando sabes que ese espacio sagrado fue compartido con otro. Para el infiel, la culpa o el miedo a ser juzgado bloquean su propia apertura, dejando una relación que sobrevive, pero no vive del todo.

La sexualidad dañada: deseo entre escombros

El sexo, que debería ser un refugio, se convierte en terreno minado. “La traición contamina la cama”, dice el terapeuta John Gottman. El traicionado puede sentir rechazo—el cuerpo del infiel ya no es “suyo”—, o presión por “competir” con el amante, según Journal of Sex Research (2024), donde el 55% reportan disfunción sexual post-infidelidad (bajo deseo, ansiedad).

Algunos buscan sexo para “reclamar” al otro, pero es un acto vacío, lleno de dudas: ¿piensa en esa persona? El infiel, atrapado entre remordimiento y deseo de reparar, a menudo no sabe cómo sanar esa ruptura. La pasión se convierte en un recuerdo lejano.

La ira y el resentimiento: brasas que no se apagan

Quedarse juntos no borra el enojo; lo entierra. “El resentimiento es una secuela silenciosa, pero letal”, advierte Glass. Un estudio de Clinical Psychological Science (2024) encontró que el 65% de estas parejas lidian con ira reprimida que estalla en peleas cíclicas: el traicionado saca el pasado como arma, el infiel se defiende o minimiza.

Esta dinámica, conocida como “contaminación emocional” por Gottman, envenena los intentos de avanzar. Sin terapia o un perdón genuino—que solo el 30% logra, según Family Process (2023)—, el resentimiento se convierte en un compañero permanente.

La identidad en jaque: ¿quiénes somos ahora?

La infidelidad no solo rompe la pareja; sacude la narrativa de ambos. “Pierdes la historia que creías compartir”, dice Perel. El traicionado se siente como un personaje secundario en su propia vida, mientras el infiel enfrenta una crisis: ¿soy esta persona que engañó?

Un análisis de Journal of Personality (2024) muestra que el 50% de estas parejas redefinen su identidad tras el engaño, un proceso doloroso que mezcla vergüenza, duda y la lucha por encontrar un “nuevo nosotros”. Quedarse juntos exige reconstruir no solo el amor, sino quiénes son como unidad.

El peso del perdón: una carga mal entendida

Perdonar suena noble, pero es un laberinto psicológico. “El perdón no borra el dolor; lo transforma”, explica la Dra. Janis Abrahms Spring, autora de After the Affair. El traicionado puede “perdonar” por miedo a perder la relación, pero sin procesar la traición, según Trauma and Recovery (2024), esto lleva a un 40% de casos de depresión o ansiedad crónica.

El infiel, por su parte, espera que el perdón lo absuelva rápido, ignorando que es un regalo que no puede exigir. Las parejas que logran un perdón auténtico—con terapia, tiempo y transparencia—son minoría: solo el 25%, dice Journal of Counseling Psychology (2023).

El costo de quedarse: entre amor y sacrificio

Quedarse juntos tras una infidelidad es un acto de valentía, pero no sin precio. “La relación nunca vuelve a ser la misma; se transforma en algo nuevo”, dice Gottman. Un metaanálisis de Psychological Bulletin (2024) estima que el 60% de estas parejas sobreviven, pero solo el 35% reportan satisfacción plena años después.

Las secuelas—desconfianza, baja autoestima, intimidad rota, sexo herido, resentimiento, identidad perdida, perdón a medias—son hilos que tejen una unión frágil. La resiliencia ayuda, pero el trauma deja marcas: el 45% desarrollan síntomas de estrés crónico, según Clinical Psychology Review (2024).

Un camino con luz y sombra

La infidelidad no siempre mata una relación, pero la cambia para siempre. “Quedarse es elegir sanar sobre escombros”, dice Perel, y eso exige terapia (el 70% de las parejas que la buscan mejoran, per Family Therapy 2024), honestidad brutal y tiempo—dos a cinco años para una recuperación sólida, estima Spring.

Las secuelas psicológicas no son castigos; son heridas que piden cuidado. Si el amor persiste, puede renacer, pero nunca será el mismo: será más fuerte o más frágil, dependiendo de cuánto ambos estén dispuestos a cargar. Porque tras la infidelidad, quedarse no es solo amar; es redefinir lo que el amor puede soportar.